Los años con Wipu
Wipu llegó a mi vida una tarde en una caja de golosinas para perros, lo trajo mi novia que lo había adoptado en una veterinaria y juntos me esperaron en la puerta de casa para sorprenderme.
Apenas llegamos a casa, él tomó el control de la cama, nunca supimos como se subió, pero acostado sobre una almohada lo encontramos, lo bajamos, cerramos la habitación para que no se suba de nuevo a la cama, a él lo dejamos en la cocina y nos fuimos al supermercado para comprar alimento para perro y unas cosas que nos faltaba para la cena.
Cuando volvimos, no lo encontrábamos por ningún lado, ni en el baño, ni en la cocina ni en el linving, se había escondido, un rato largo, ya sin lugares para buscar, se nos
ocurrió mover la heladera, ya que ésta no tiene la tapa del motor y se nos ocurrió que podría haberse escondido ahí. Efectivamente, Wipu estaba hecho una bolita junto al calor del motor.
Al cumplir un año de convivencia, a Wipu le crecieron terriblemente sus orejas, dándole un aspecto muy simpático, ya que desde cachorro fue un perro muy cariñoso, pero destruyó: un teléfono celular, un DVD varias perillas de cajones, unas medias, 4 colchonetas para perros y muchos papeles. También se convirtió en un veloz perro que recorría el departamento a una velocidad increíble en un circuito muy bien marcado, a que llamamos: "las quinientas millas de Wipu".
Un día el departamento se inundó, ya que el vecino de arriba había dejado el lava-ropa prendido y se había ido al supermercado, buscábamos a Wipu y él se había subido al inodoro y de ahí nos miraba.
A sus tres años, nos mudamos, le costó bastante adaptarse a la nueva casa, pero de a poco se acostumbró, además empezó sus caminatas con el paseador, de a poco se volvió más tranquilo, pero sigue escuchando Rata Blanca, para dormir sus siestas.
Ya con sus cuatro años, se convirtió en un pero mueble, que duerme acurrucado en su cama de mimbre, que come sus gulucas al medio día, toma sol y se divierte comiendo una bola de medias, que lo acompaña desde que era cachorro. Le ladra cada tanto a algún gato que pasa por la terraza y cada día cuando vuelvo del trabajo, me espera para salir a pasear por el barrio.